Por Fernando Maureira Tapia – Universidad Alberto Hurtado
Desde 1964, el Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación (CIDE) ha acompañado a docentes y escuelas que atienden a estudiantes vulnerables. Su enfoque se basa en el fortalecimiento del trabajo docente mediante procesos formativos participativos y horizontales.
El término acompañamiento educativo ha ganado popularidad, pero su uso suele ser ambiguo. Muchas veces se le aplica a prácticas que buscan únicamente el control o supervisión, desvirtuando su sentido real.
El acompañamiento implica caminar juntos, en confianza, con compromiso emocional y profesional. Etimológicamente, viene del griego que significa “comer pan juntos”, reflejando una relación de cercanía, cotidianidad y colaboración.
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Desde los años noventa, las escuelas chilenas han enfrentado presiones para mejorar calidad y equidad. Esto ha provocado respuestas improvisadas: capacitaciones sin foco, múltiples proyectos inconexos y poca mejora real en los aprendizajes.
El acompañamiento debe ayudar a priorizar, conectar y dar sentido a las acciones escolares. Debe trabajar tanto con docentes como con equipos de gestión, orientando la acción institucional hacia un objetivo común: que los alumnos aprendan.
Fullan advertía del «efecto árbol de Navidad»: muchas iniciativas brillantes pero sin raíces. La clave es alinear recursos, definir prioridades y evitar la dispersión.
Uno de los grandes retos es la “ceguera cognitiva”: no saber que no se sabe. Muchas veces, los actores escolares no identifican sus propias áreas de mejora. Solo el tiempo, la confianza y el trabajo conjunto permiten que los problemas reales salgan a la luz.
El acompañamiento debe transformar problemas en desafíos. Por ejemplo, pasar de “no podemos cubrir el currículum” a “¿qué podemos hacer para mejorar la cobertura curricular?”.
Además, debe reconocer las condiciones reales del entorno (estudiantes, familias, comunidad) sin caer en el conformismo, sino como base para mejorar.
Un verdadero acompañamiento no se limita a observar clases y llenar formularios. Se requiere un proceso cíclico, estructurado, reflexivo y técnico, donde cada nueva intervención parta de un conocimiento más profundo de la realidad.
Idealmente, las escuelas deben desarrollar sus propios procesos internos de acompañamiento. El objetivo final es que el acompañamiento externo sea transitorio, y que las comunidades escolares construyan su autonomía y liderazgo pedagógico.
Para convertir el acompañamiento en una herramienta efectiva a nivel de política pública:
El acompañamiento educativo, bien comprendido y aplicado, es una vía poderosa para el mejoramiento integral de las escuelas, con impacto directo en los aprendizajes y en el desarrollo profesional docente.
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